martes, 8 de mayo de 2007

Escritura borrable

Hoy retrocedí a mi infancia. Afilando los múltiples lápices (de los que, como mínimo dos son defectuosos porque la mina no hizo su aparición hasta después de haber estado afilando casi medio lápiz…) que compré para hacer los ejercicios de inglés y motivarme para el examen me di cuenta de que hacía muchísimo tiempo que no utilizaba algo tan tonto como eso, un lápiz (casi desde que iba al colegio…)

Me dio por buscar en Internet algo de su historia. Según leí, y al contrario de lo que yo pensaba, la pluma es anterior a la aparición de los lápices como instrumento de escritura o dibujo. Parece ser que los lápices no se empezaron a utilizar hasta el siglo XVII, después de haberse descubierto el grafito. De hecho, la mina actual fue un invento de guerra. Y es que, según leí, las minas inglesas de grafito eran explotadas en aquel tiempo por la corona y servían para la fundición de cañones.

Aunque en un principio se usaban minas de grafito puro para los lápices, poco a poco fue escaseando –ya que era empleado por Napoleón y sus tropas- así que un ingeniero francés optó por utilizar una mezcla, entre grafito y arcilla y rodearla de madera de cedro, creando así los lápices que se usan ahora.

Según otras cosas que leí, también se dice que el verdadero inventor fue el hijo de un carpintero, el austríaco Josef Hardtmuth. Descontento con la baja calidad de los utensilios de los que entonces se disponía para escribir, tuvo la ocurrencia de mezclar la arcilla con polvo de grafito, formar unas minas y cocerlas, para sumergirlas después en un baño de cera para que el grafito dejara rastro en el papel.

Añadiendo las cantidades adecuadas de arcilla a la mezcla, pudo determinar el grado de dureza del lápiz, y en 1792 fundó su propia empresa en Viena, cuya producción sigue existiendo hoy en día. Después de eso, ya en el siglo XIX, llegaría el portaminas, que a mi personalmente nunca me gustó y lo usé poco en el colegio.

La mina era demasiado delgada y duraba mucho menos porque se rompía a poco que calcases en el folio. Además, si mordías un portaminas, simplemente lo rompías, en cambio, si mordías un lápiz una vez, ya casi no podías dejar de hacerlo. Ahí quedaban los múltiples surquitos de los colmillos marcados por todo el lápiz, que, aún así, seguía escribiendo como si nada. Además, lo mejor de ellos, era que te podías equivocar, que no pasaba nada. Se borraba y ya está. Ojalá fuese todo tan fácil en la vida...

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